diumenge, 23 d’octubre del 2011

EL POETA








Discurso de Leonard Cohen en los Premios Príncipe de Asturias:

Majestad,
Altezas,
Excmas. e Ilmas. autoridades,
Premiados,
Señoras y señores:
Es un gran honor estar aquí ante ustedes esta noche, quizás como el gran maestro Riccardo Mutti, no estoy acostumbrado a estar ante un público sin orquesta tras de mi, pero haré lo que pueda en mi desarrollo de esto. Me quedé toda la noche en vela, anoche, pensando qué podía decir aquí, en esta asamblea de distinguidas personas. Y después de comerme todas las barras de chocolate, todos los cacahuetes del minibar, garabateé unas pocas palabras y no creo que me tenga que referir a ellas.
Obviamente estoy muy emocionado por ser reconocido por la Fundación, pero he venido aquí esta noche para expresar otra dimensión de gratitud, creo que puedo hacerlo, en tres o cuatro minutos y lo voy a intentar. Cuando estaba haciendo el equipaje en Los Angeles para venir para acá estaba un poco inquieto porque siempre he sentido cierta ambigüedad en cuando a la poesía, la poesía viene de un lugar que nadie controla, que nadie conquista. Es difícil aceptar un premio de una actividad que yo no controlo, es decir si supiera de dónde vienen las canciones haría más canciones con mayor frecuencia.
En esa situación de hacer el equipaje para venir, cogí mi guitarra, tengo una guitarra Conde que está hecha en la calle Gabenas, 7, en España. Es un instrumento de hace 40 años más o menos. Lo saqué de la caja, el instrumento, esta guitarra, y era como si estuviera llena de helio, era muy ligera. Y me la puse en la cara, casi, y la miraba con lo bien diseñada que está y olía la fragancia de la madera viva, sabemos que la madera nunca llega a morir. Y oía esa fragancia del cedro, tan fresco como si fuera el primer día cuando compré la guitarra hace 40 años. Y la voz parecía decirme eres un hombre viejo, y no has dado las gracias, no has devuelto tu gratitud a quien la merece, al suelo, a la tierra, con esta fragancia de donde viene esta frangancia, así que vengo hoy, aquí, esta noche, a agradecer al suelo, a la tierra, a este pueblo que me ha dado tanto.
Porque un hombre no es una credencial y un país no es solo eso, tampoco, una carga, un crédito no es país, en esta fraternidad en la que estoy con el poeta Federico García Lorca, puedo decir que cuando era joven y adolescente y buscaba una voz en mí, estudiaba a los poetas ingleses y conocía bien su obra, y copiaba sus estilos, pero no encontraba mi voz: solamente cuando por fin leí, aunque era una traducción, las obras de Federico García Lorca, fue entonces cuando comprendí que había una voz.
No es que haya copiado su voz, yo no me atrevería a hacer eso, pero me dió permiso para encontrar una voz, para ubicar una voz, es decir, para ubicar el yo, un yo que no está del todo terminado, que lucha por su propia existencia, y conforme me iba haciendo mayor comprendí que las instrucciones venían con esa voz. ¿Qué instrucciones eran esas? Nunca lamentar, y si queremos, ni siquiera casualmente, ni si queremos expresar la derrota que nos ataca a todos tiene que ser en los confines estrictos de la dignidad y de la belleza. Y por tanto ya había encontrado yo mi voz, pero no tenía el instrumento para expresarla, no tenía una canción.
Y ahora voy a contarles muy brevemente la historia de cómo conseguí mi canción. Porque era un guitarrista indiferente, yo aporreaba la guitarra, solo sabía unos cuantos acordes, me sentaba con mis amigos, mis colegas, bebíamos y cantábamos canciones, pero en mil años nunca me vi como un músico o como cantante. Pero un día, a principios de los 60, estaba de visita en casa de mi madre en Montreal, que esta junto a un parque, y en el parque hay una pista de tenis, y allí va mucha gente a ver a los jóvenes jugadores de tenis disfrutando de su deporte.
Fui a ese parque que conocía de mi infancia y había un joven tocando una guitarra, una guitarra flamenca, y estaba rodeado de dos o tres chicas que estaban escuchándole, y me encantaba como tocaba. Había algo en su manera de tocar que me cautivaba, yo quería tocar así, y yo sabía que nunca sería capaz de tocar así. Así que me senté allí con otras personas que escuchaban durante un rato y luego se hizo un silencio, un silencio muy apropiado, le pregunté que si me daría clases de guitarra.
Era un joven de España, y solo podíamos entendernos en un poquito de francés, él no hablaba inglés, y dijo sí, te daré clases de guitarra; le dije, vivo allí, en la casa de mi madre, y quedamos, establecimos el precio de las clases, y vino a la casa de mi madre al día siguiente y dijo, déjame oirte tocar algo, yo intenté tocar algo, y dice: no tienes ni idea de cómo tocar, ¿verdad? Dije: no, la verdad es que no sé tocar. En primer lugar déjame que afine la guitarra, porque está desafinada. Cogió la guitarra, la afinó, y dice: no es una mala guitarra eh, no era la Conde pero no era una guitarra mala. Me la devolvió, y dice: ahora ponte a tocar.
No sabía tocar mejor, la verdad. “Te voy a enseñar algunos acordes”. Y cogió la guitarra y produjo un sonido de la guitarra que yo evidentemente nunca habia oído. Y tocó la secuencia de acordes, así, de manera rápida, y dice: ahora hazlo tú, yo no sé hacerlo. “Haber déjame que use yo tus dedos y te digo cómo los tienes que poner”, y los puso en el mástil, “y ahora toca”. Fue un desastre, evidentemente. Vuelve mañana, me dijo.
Volvió al día siguiente, me puso las manos en la guitarra, la puse en mi regazo, de manera adecuada, con la postura buena, y empecé otra vez, con todos esos seis acordes. Y la provisión de seis cuerdas, muchas canciones flamencas a base de esa provisión de seis acordes, y la verdad es que me sentía mejor ese día. Al tercer día mejoró la cosa. Pero ya sabía los acordes. Y sabía que aunque no podía coordinar los dedos adecuadamente para producir el sonido correcto, la pauta de sonido que él quería, pero sabía los acordes, los sabía muy muy bien. Al día siguiente no vino, no vino.
Yo tenía el número de la pensión en la que estaba quedándose en Montreal y llamé por teléfono para ver porqué no había venido a la cita y me dijeron que se había suicidado, que se había suicidado. Yo no sabía nada de este señor, no sabía de qué parte de España procedía, nada. Desconocía porqué había venido en concreto a la ciudad de Montreal, porqué se quedaba en Montreal en esos momentos, porqué estaba en esa pista de tenis, no tenía ni idea de porqué se había quitado la vida. Estaba muy triste, evidentemente. Pero ahora estoy contando algo que yo nunca había contado nunca en público.
Esos seis acordes. Esa pauta de sonido de la guitarra aquella ha sido la base de todas mis canciones, de toda mi música, y ahora podrán comenzar a entender las dimensiones de la gratitud que yo tengo por este país. Todo lo que han encontrado favorable en mi trabajo, en mi obra, viene de este lugar que les he contado.
Todo lo que ustedes encuentren favorable en mis canciones, en mi poesía están inspiradas por esta tierra, y por tanto les agradezco enormemente esta hospitalidad que me han mostrado y que han mostrado por mi obra, porque es suya, y me han permitido poner mi firma en el final de la última página. Muchas gracias señoras y señores.

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