Como buena cobarde incapaz de enfrentarme a esos insectos, me calcé las bambas y metí cámara, cuaderno, lápiz, agua y tiritas en la mochila.
Y a caminar... con el piano aún en la memoria y los gusanos en la retina. Empiezo a buen ritmo, para deshacerme de la visión molesta y veo sin mirar lejos; escudriño lo cercano y me adentro... en mis adentros. Es una gozada no cansarse y poder respirar hondo. Y camino, y veo, y huelo, y pienso... no, siento más bien.
Y disparo...
Y disparo...
Y disparo...
Y me interno... en mí. Y sigo con el piano de fondo. Y disparo...
Camino interior, disparo, piano... disparo...
Y, en ese paisaje en el que no parece haber nadie, me hechizo observando una actividad febril
Y, absorta en su ir y venir, sigo con el piano de fondo... pero ya no es en mi interior... las notas llegan de ahí afuera... y las sigo y me llevan hacia una casa que parece sacada de algún sueño... toda azul, azul por todas partes...
La casa azul. El color de mis sueños. En un entorno por el que he pasado cientos de veces sin verla. Y con alguien dentro. Alguien haciendo ejercicios de piano. Alguien que me obsequia con unas notas claras y mágicas desde una casa mágica y azul...
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