Hoy han venido a mediodía, como siempre. Eran tres, dos de las hermanas y una sobrina, aunque las edades son muy parecidas. Su padre es yugoslavo. Ellas no quieren ser yugoslavas, prefieren decir que son montenegrinas o gitanas. A mí, cuando me hablaron de ellas, lo hicieron como “las rumanas”. A veces vienen con todo un séquito de niños, otras veces solas. Hoy venían buscando un regalo para el patriarca. Han estado, como siempre que me pillan a mí en la tienda, más de una hora. Buscando, probando perfumes, pintándose los labios…
Les caigo bien.
- Perdona porque es tu compañera, pero la pelirroja no me gusta. Tu eres la única que me cae bien. Tu eres buena.
- Las simpatías siempre son de ida y vuelta –les digo-. Si yo te sonrío, es más fácil que me devuelvas una sonrisa. Recuerdo que la primera vez que te vi pensé que tenías cara de mal genio. Y casi me escupes en lugar de hablarme.
Se ríen. Y me dejan escuchar una grabación en su móvil de un programa de radio en el que salieron en antena. Bromeo con ellas. Sarah, la del mal genio, me habla del chico que le gusta, me habla de Asturias, donde nació. Le gustaba más aquello, pero tuvo que venir cuando su familia se trasladó.
- Por eso prefiero decir que soy gitana. Yo nací en España, no soy yugoslava.
Tiene el porte altivo de su raza. Y no tiene mal genio. Es sólo resquemor. Es hartazgo de ser tratada siempre con desconfianza, cuando no con desprecio.
Se van contentas. Pintadas, perfumadas y con sus regalos envueltos… Algo bueno ha de tener trabajar en esto.