Adoro a este ser desde la primera línea que leí de su Libro de los abrazos. Me he empapado de sus palabra escrita y de su voz al pronunciarla.
Sólo le vi una vez. Durante la acampada de los indignados en Plaça Catalunya. Andaba mezclándose con todos, observando y hablando con todos. Siempre tuvo muy claro cual era su sitio. Siempre tuvo muy claro quiénes eran los suyos.
Nos has dejado muy solos, Eduardo. Pero todo lo que nos dejas seguirá aquí para siempre.