Contigo
¿Mi tierra?
Mi tierra eres
tú.
¿Mi gente?
Mi gente eres
tú.
El destierro y la muerte
para mi están adonde
no estés tú.
¿Y mi vida?
Dime, mi vida,
¿qué es, si no eres tú?
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Donde habite el olvido...
Donde habite el olvido,
En los vastos jardines sin aurora;
Donde yo sólo sea
Memoria de una
piedra sepultada entre ortigas
Sobre la cual el viento escapa a sus
insomnios.
Donde mi nombre deje
Al cuerpo que designa en brazos de
los siglos,
Donde el deseo no exista.
En esa gran región donde el
amor, ángel terrible,
No esconda como acero
En mi pecho su ala,
Sonriendo lleno de gracia aérea mientras crece el tormento.
Allí
donde termine este afán que exige un dueño a imagen suya,
Sometiendo a otra
vida su vida,
Sin más horizonte que otros ojos frente a frente.
Donde penas y dichas no sean más que nombres,
Cielo y tierra nativos
en torno de un recuerdo;
Donde al fin quede libre sin saberlo yo mismo,
Disuelto en niebla, ausencia,
Ausencia leve como carne de niño.
Allá, allá lejos;
Donde habite el olvido.
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No es el amor quien muere...
No es el amor quien muere,
somos
nosotros mismos.
Inocencia primera
Abolida en deseo,
Olvido de sí
mismo en otro olvido,
Ramas entrelazadas,
¿Por qué vivir si desaparecéis
un día?
Sólo vive quien mira
Siempre ante sí los ojos de su
aurora,
Sólo vive quien besa
Aquel cuerpo de ángel que el amor
levantara.
Fantasmas de la pena,
A lo lejos, los otros,
Los que ese
amor perdieron,
Como un recuerdo en sueños,
Recorriendo las tumbas
Otro
vacío estrechan.
Por allá van y gimen,
Muertos en pie, vidas tras de
la piedra,
Golpeando la impotencia,
Arañando la sombra
Con inútil
ternura.
No, no es el amor quien
muere.
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Peregrino
¿Volver? Vuelva el que tenga,
tras
largos años, tras un largo viaje,
cansancio del camino y la codicia
de su
tierra, su casa, sus amigos,
del amor que al regreso fiel le
espere.
Mas ¿tú? ¿volver? Regresar no piensas,
sino seguir libre
adelante,
disponible por siempre, mozo o viejo,
sin hijo que te busque,
como a Ulises,
sin Itaca que aguarde y sin Penélope.
Sigue, sigue
adelante y no regreses,
fiel hasta el fin del camino y tu vida,
no eches
de menos un destino más fácil,
tus pies sobre la tierra antes no
hollada,
tus ojos frente a lo antes nunca visto.
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Te quiero...
Te quiero.
Te lo he dicho con el
viento
jugueteando tal un animalillo en la arena
o iracundo como órgano
tempestuoso;
te lo he dicho con el sol,
que dora desnudos cuerpos
juveniles
y sonríe en todas las cosas inocentes;
te lo he dicho con
las nubes,
frentes melancólicas que sostienen el cielo,
tristezas
fugitivas;
te lo he dicho con las plantas,
leves caricias
transparentes
que se cubren de rubor repentino;
te lo he dicho con el
agua,
vida luminosa que vela un fondo de sombra;
te lo he dicho con el
miedo,
te lo he dicho con la alegría,
con el hastío, con las terribles
palabras.
Pero así no me basta;
más allá de la vida
quiero decírtelo
con la muerte,
más allá del amor
quiero decírtelo con el olvido.
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Yo fui.
Columna
ardiente, luna de primavera.
Mar dorado, ojos grandes.
Busqué lo que
pensaba;
pensé, como al amanecer en sueño lánguido,
lo que pinta el deseo
en días adolescentes.
Canté, subí,
fui luz un día
arrastrado en la
llama.
Como un golpe de viento
que deshace la sombra,
caí en lo
negro,
en el mundo insaciable.
He sido.
Los restos de Luis Cernuda descansan en la sección española del Panteón Jardín de Ciudad de México. Ciudad en la que murió el 5 de noviembre de 1963. Su obra sigue viva en cada uno de nosotros. Sin fronteras.